2.3.11

Vendedor de Soledad

Trabajaba sin saber que trabajaba, o mejor dicho, sin querer, ganaba unos cuantos centavos de pena, con la mirada rústica de la gente que se envenenaba de su soledad. Llamaba la atención con sus fracciones bien teñidas y su temple desgarbado, las pestañas que se caían y sus ojos que no soportaban estar abiertos; parecían derretirse cuando soplaba el viento. Sentado, en las piedras, afuera de una iglesia colonial, pintaba el paisaje que Dios debía borrar. La ropa que traía, lo había cobijado más de mil noches; un botellón de agua que lo llenaba en los días de lluvia lo acompañaba, y con las monedas que se ganaba, compraba un pan… Cuando se acordaba de comer. La depresión y la soledad lo habían carcomido hasta el alma, dejando solo unos huesos mal alimentados y unos ojos de vidrio sin mirada, la necesidad por inercia, y la fe que sustentaba su pensamiento de que alguien volvería por él lo mantienen por un segundo de pie.

Lo perdió todo, y no me pregunten cómo.


Sinestesia

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