3.10.09

No quiero esperar la muerte para probar tus besos

No quiero salir de tu mente... Quiero comer tus heridas, extorsionar tus pesamientos y secar la sangre que brote de ti cuando te deje morir en mis brazos.
No quiero esperar la muerte para probar tus besos, y no quiero esperar la luz del día de mañana para ver tu mirada, no quiero tener espacio para así poder rodearme en tus brazos.. No quiero tener que esperar una trilogía de sensaciones irreales, espero sentirlas, tocarlas, tenerlas... No solo en los sueños, provocar ese anhelo a tu lado.. Retraídos de la contaminación de ideas no parejas.





"Suerte de encontrarnos con la trilogía que nos engaña"


Sinestesia

2.10.09

Bajas conmigo?

Búscame titubeante y tranquila.. Búscame bajo el carboncillo que escondes bajo tu hombro. Llámame, cuando las nubes decidan caer y aplastar tu cabeza, provocar esquizofrenia con tu pensamiento. Preocúpate cuando mi primer plano se distorsione. Cuando me veas existente en lo inexistente. Tarda en venir, cuando me veas volando por ahí, como un espectro, como un engendro que tirita de emoción.
Alégrate finalmente, cuando mi risa efímera y vacía tarde por primera vez en llegar a tus oídos, cuando mi boca tarde por primera vez en rozar con la tuya, cuando mis versos se esfumen y se entierren conmigo en el infinito, cuando no me veas cruzar la esquina, solita y decidida; alégrate finalmente, cuando te pares frente a mi cuerpo surrealista bañado de lagrimas de seres queridos, estaré viendo desde arriba tu cabeza, como andas para nada erguido, como si la culpa fuera tuya. Y yo me alegrare aun mas, cuando alces tu cabeza y decidas al cielo mirar, aun que sabrás que por muy poco tiempo que se cumple la condena. Me encontraras reposando en el vino de la conciencia más amarga, me veras añejando el furor de satisfacción y el éxtasis que siento, estando ahí abajo... Donde los muertos.

Sinestesia
Sinestesia por oir tu olor y ver tu voz; sinestesia por degustar tu textura, por oír la lágrima que rueda roja, por tragarme las palabras que a tiempo no te dije,  por ver tu olor en el rincón frívolo de mi mente. Sinestesia cuando siento que vivo aferrada a la lujuria de tus SeNtIdOs.


Sinestesia

1.10.09

Muñeca del destino




Sinestesia

Luciana

Era un cuarto pequeño para el gran pensamiento que deambulaba sin dueño; sin cabeza, abatido por la madeja de sensaciones y las muchas combinaciones, claves y secretos que aquel ser impreciso propagaba al dejar un estela al caminar, siempre sin apuro.
Su largo cabello negro crecía al mismo tiempo que sus ideas y los grandes ojos almendra se dilataban al recordar la infancia de paso efímero. Tenía miedo a la noche, en su ventana cristalina muchas veces criaturas algo errantes al juicio del ojo humano “normal” se aparecían jugando entre ellos y lanzando risotadas que se transformaban en un eco inacabable que terminaba por esconderla bajo la cama de sus padres, quienes no le creían y pensaban que tan solo eran productos de su imaginación. Sin embargo, esto afectaba a Luciana, pues aquellos seres (quien sabe si de otro planeta o dimensión) no solo se aparecían en la noche, cuando Luciana se sentaba en el suelo alfombrado de un azul violeta a jugar con sus peluches y sus implementos de plástico que simulaban los materiales de una veterinaria de verdad, aquellos seres aparecían y se burlaban de su inocencia, con cierta brusquedad, hablaban en un silencio torturador, con aquel eco que obligaba a Luciana a escapar, cuando ella los recuerda, su piel se eriza mientras evita mirar a las ventanas que se encuentren a su alrededor.
Se tragó las palabras que la auto flagelaban siempre, se miraba al espejo y se sentía sucia, rota, como una de aquellas muñecas de porcelana china, con los ojos cristalinos, sentada en un tronco y con un perro cocker spaniel a su regazo, con la lengua a fuera, esperando un bocadillo, finalmente la delicada estructura se rompe, por algún tropezón con la vida, el corazón se fractura inevitablemente y no existe pegamento que omita el delimitado corte. Así se sentía Luciana, una muñeca frágil, de porcelana, con ojos cristalinos como queriendo delatar el llanto siempre, y si, ella también tenía su perro guardián quien en vez de sacar su lengua para babear por un bocadillo, esperaba que la tristeza brote desesperada de sus enormes ojos hasta poder limpiarlas con su amplia lengua. Años más tarde, pudo desenmarañar aquel nudo cuando divulgo de poco a poco aquel secreto tedioso, utilizando un derecho de admisión a las personas de confianza a las que pudo comentar el suceso, de su efímera infancia.
Luciana siempre fue la hijita de papá, la adorada, la preferida, la niña de sus ojos, como el siempre le decía. Para su padre no existía un mundo paralelo ni un mundo real; para él, solo existía su hija y nada más. Sobre protector y amoroso como una madre, la levantaba separando las cortinas de su habitación y dándole un delicioso masaje en sus pies mientras le hablaba de lo lindo que estaba el día, recordándole lo hermosa y amada que era, transmitiéndole siempre una energía positiva y pintándole (en la mayoría de las veces) una sonrisa en la cara, las veces que no lo hacía, era porque sus ojos solo protestaban por dormir un poco más.
Luego de este acto renovador, su padre se retiraba asegurándose de que los ojos de su hija se abrieran y recibieran al día tan positivos como su carácter. Ella, ocultando los cortados y flagelaciones en sus muñecas, se levantaba estirando las mangas de su saco negro de “Viuda Negra”, una banda de música de rock pesado que la sustraía un momento de la existencia superficial en la que ella se sentía.
Luciana se sentía culpable cuando veía los trazos todavía sangrantes a lo largo de sus brazos, parecían tan fuertes que hasta el mismo corazón hacia sangrar, para ella, el dolor le hacía bien, como usualmente dicen: “Un clavo saca a otro clavo”, ella cambiaba la palabra clavo por la palabra dolor.
Lista para ir al colegio, sin ni siquiera haber desayunado, oía por última vez su disco preferido, alguna canción que le levante el ánimo para resistir aquella jornada interminable.
En la pequeña buseta del colegio, Luciana procuraba sentarse a la ventana, mirar la calle, sentía que sería su último respiro de libertad y de claridad antes de llegar a su destino, a aquella cárcel “llena de razón, números, profesores, rehenes y comida asquerosa”, las aulas se transformaban en jaulas.No hubo espacio en su mente para amigas, su rebeldía interna cada vez salía a la superficie, y la camiseta de mangas largas que traía bajo la camiseta del uniforme del colegio se tinturaba de líneas rojas, así que empezó a usar saco siempre sin importar el calor del día, además de esa forma podía ocultar sus pechos perfectos y más distinguidos que la demás chicas, una razón más para que los chicos claven sus ojos en Luciana.
Decidió probar tabaco a los once años, y lo hacía esporádicamente hasta que tuvo catorce, cuando les enseño la magia de aquel humo cancerígeno a sus conocidos.
Se refugiaba en la música, escribir poesía inspirada en Edgar Allan Poe y procuraba leer para soñar, pensaba siempre en ser uno de los personajes de las novelas de Isabel Allende, algún ser psíquico, vidente o brujo.
La mala racha con sus amigas le siguió hasta los diecisiete años, cuando se cambió de colegio y descubrió la amistad en una chica delgada que compartía muchos de sus intereses e ideologías con tendencia a comunismo, viajes, música, escritos y ron. Sofía fue su sustento y su baúl de secretos, emociones dulces y amargas, sentimientos recíprocos y recónditos sufragios.
El dolor cuando a sus dieciséis años terminó con su primer “novio formal” fue muy grande y significativo, dicen que el primer amor es el que marca de por vida, a eso se condena la virtud de la inocencia de amar por primera vez. Transformando todo a un personaje simbólico, sin otra dimensión más que la ilusión.
Luciana escribió, tras terminar con aquel romance y terminar a su vez con una “amiga”:
“Es tan difícil tratar de definir
Toda la tristeza que en este momento siento.
La única estrella que me acompañaba
Resulto ser solo una idea fugaz.
Siento que todo cae,
Que todas esas aventuras son solo
Transeúntes momentos atropellados por el tiempo;
Y no hay vuelta atrás…
Han quedado atados en un imperio abismal.
Todo un libro confidencial en ella escribí,
Toda una declamación de mi vida sin color,
A ella testifique.
Se aproxima un abismo de ira,
Esta vez no puedo dejarme vencer.
Lo pensaré dos veces
Antes de flagelar este papel;
De atravesarlo con un carbón de traición
Con tanto dolor que se apodera de signos de interrogación…”

Aquello lo escribió en la novena luna llena del año, cuando su madre lo leyó y pensó en la tristeza de su hija, negó con la cabeza que se trataba de una posible catarsis.

La tarde se tornaba más oscura de lo normal, el reloj parecía distorsionarse tras el remordimiento de haberlo dejado correr. Ocurría mientras dormía en su cuarto, el pensamiento de aquel espectro ya había recorrido sus manos y la brutalidad había llegado hasta los pantalones, cuando sintió deseo, como cualquier otro. Se introdujo aprovechando el ronquido de la noche, procuro no hacer ruido y confundirse con el ambiente, sin conciencia ni tiempo, sin culpa, el ser ajeno se introdujo en su cama, con su mano izquierda rozaba su parte masculina, mientras con la otro oscilaba entre la pijama rosada, escabullo sus dedos por aquellas partes que aun pertenecían a la inocencia, las caricias inapropiadas luego de satisfacer su sed viril despertaron a la indefensa niña que sin saber cómo reaccionar movió sus piernas, como dando señal de alerta, acto seguido, el ser se esfumó.
Muchos pensamientos rodearon su mente, se sintió asqueada y a la vez obligada, engañada y descubierta en su intimidad. Pensaba delatar, pero el acusado estaba cerca y su manía no podía exponerse, no era de orgullo lo que hizo, peor aún, no merecía el apellido. Su alma se embotelló, reventó en el corazón y produjo una nausea interna que producía punzadas en el estómago, un nudo en la garganta apretó fuertemente, dejándola inconsciente hasta matar los sollozos. Soñó, y no recuerda que soñó, seguramente en despertarse de la pesadilla con su padre a su lado. Los peluches testigos, notaron mientras ella dormía, la inconformidad, su postura cambiaba y sus piernas se apretaban fuertemente, dormía de lado, como guardando algo, el secreto más íntimo.

Era muy pequeña, pero un mes más tarde, se indignó luego de recibir otras caricias de alguien diferente, luego las pudo encerrar en su armario, se creía inocente, se convencía a ella mismo de estar tranquila, al principio lo tomo con normalidad, ya no era la primera vez, y tampoco era la última. No quiere repasar el momento, no quiere recordar el ultimo pétalo caer.

Llora, desconsolada, refugiada en una burbuja de oxígeno, una pequeña partícula que la recuerda no ser la única, y que hay dolores mas grandes como para no erguirse y mirar al frente.

Luciana, sin compasión, recostada en su cama, cobijada por la noche, notó en su ventana una luz que invadía, algo divino que distrajo su mirada, se levantó y miró la luna llena y su esplendor, estaba más linda que nunca, sus ojos brillaban al verla, como antes. No sabe cómo reaccionar, cuando se despierte de la pesadilla y piense borrar las cicatrices de su pecho. Regresa y se mira en el espejo, busca el estilete azul que prometió nunca más volver a usar, lo saca del tercer cajón de su escritorio de madera antigua, lo ve fijamente, se sienta sobre su cama, se reclama a ella misma mientras dibuja en su mente la cara de los espectros, inconfundibles, invencibles. Estira su brazo izquierdo, mientras con el derecho sostiene su arma, su recordatorio de dolor, y se corta, parece que pinta con acuarelas cuando la sangre brota por sí sola, bordeando su muñeca hasta caer gota a gota en el suelo, seca sus lagrimas, está rota, Luciana, va a dormir, va a soñar, que ella es normal.

Sinestesia